La pandemia de COVID-19 ha hecho evidente, entre otras cosas, la endeble memoria de
los humanos, al menos en el ámbito de la información pública y de las valoraciones
de la mayoría de los expertos. La generalizada calificación como una hecatombe sanitaria
no se compadece bien ni siquiera con la información más pesimista entre las disponibles,
la mayoría de ellas expuestas a sesgos difícilmente evitables. Pero la implantación
de las medidas protectoras más drásticas que jamás se habían adoptado por la humanidad
es muy probablemente consecuencia de la percepción generalizada de que nos enfrentamos
a la mayor catástrofe sanitaria experimentada hasta el momento. Una percepción que
tiene más que ver con nuestros temores y perjuicios que con una información veraz
y precisa, que desde luego no es nada fácil de elaborar y procesar, por un lado por
nuestra ignorancia sobre la cuestión, pero también por la incertidumbre que siempre
limita los conocimientos humanos. Precisamente «la proliferación en prensa, radio
y televisión de artículos, reportajes y referencias a la historia de las epidemias,
algunos rigurosos, la mayoría muy superficiales —cuando no desenfocados— supuso que
la Sociedad Española de Historia de la Medicina (...) [decidiese] ofrecer información
sólida y fundamentada sobre el pasado de los fenómenos epidémicos desde la Historia
de la Medicina, la Historia de la Ciencia, otras disciplinas humanísticas y las Ciencias
Sociales».
Analizar la magnitud del problema en relación con otros que nos preocupan actualmente
viene dificultado por la sensación de inmediatez o de proximidad que no tiene —o que
no reconocemos—, por ejemplo, la contaminación atmosférica, a la que se atribuyen
más de siete millones de defunciones anuales; la persistencia de residuos de plásticos
que está interfiriendo intensamente la vida marina; o desde la perspectiva de las
enfermedades infecciosas, la malaria, que sigue generando más de dos millones de nuevos
casos anuales, con cerca de medio millón de muertes, sobre todo infantiles. Inmediatez
y proximidad que no afectan particularmente a las poblaciones más privilegiadas y
afortunadas.
Tampoco resulta fácil la comparación con otras tribulaciones de la Humanidad en el
pasado, puesto que las circunstancias son bien distintas, en particular las que tienen
que ver con la valoración de su frecuencia e impacto, dadas las diferencias de los
criterios e instrumentos de medida, pero tampoco el papel de los medios de comunicación
y especialmente de las redes sociales, a pesar de que la denominada gripe asiática
(1957-58) o la de Hong Kong (1968-69) provocaran un número nada despreciable de víctimas.
La perspectiva histórica es muy de agradecer para no olvidarnos de aspectos que pueden
sernos de utilidad tanto para hacernos mejor cabal de lo que está ocurriendo como
para intentar evitar algunos de los errores en los que nuestros predecesores se enredaron.
De ahí el interés de la recopilación que la Sociedad Española de Historia de la Medicina
ha llevado a cabo, seleccionando 40 textos que algunos de sus socios han ido enviando
al blog que se animaron a crear el pasado mes de abril.
Una selección que se agrupa en siete apartados, tres de los cuales, los dedicados
a «Perspectivas históricas», «Control, prevención y tratamiento de las enfermedades
infecciosas» y «Reflexiones sobre la COVID-19», incluyen 39 de los 40 artículos y
suponen dos terceras partes de las 254 páginas de la obra, que ha reunido a 35 autores
distintos, 10 de ellos mujeres que han participado en 14 capítulos.
Además de las precisiones terminológicas que tienen especial interés debido precisamente
a las frecuentes ambigüedades y confusiones que hacen todavía más difícil comprender
la situación, el recuerdo de algunas historias relevantes de nuestra convivencia con
los microbios puede ayudarnos a neutralizar algunas de las analogías más empleadas,
en general simplistas y distorsionadoras. Mención particular merece el capítulo dedicado
a los pulmones de acero, una de las medidas más espectaculares y probablemente menos
eficientes y equitativas contra la poliomielitis. Destacan las reflexiones sobre la
limitación exagerada de algunos derechos fundamentales con la ilusión de que podemos
acabar con el virus, como si ese debiera ser el propósito sanitario.
Desde la salud pública no podemos menos que agradecer el esfuerzo de los colegas que
nos sirve para recordar algunos episodios y conceptos que parece que se los ha llevado
el alud de datos con el que nos invaden. Y por poner alguna pega, quizá se eche en
falta una mayor insistencia en la necesidad de cuantificar más objetivamente la epidemia,
aunque eso sea una tarea de la Salud Pública.
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Financiación
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Conflicto de intereses
El autor declara no tener conflicto de intereses.