Gastón Arce logra una mirada reflexiva sobre su propio proceso como artista, la cual le lleva a la "libertad" (que el mismo autor confiesa haber logrado sobre la base de inseguridades) de afirmar que "la música es la mejor arma que tenemos para llegar a Dios". Así, de forma testimonial da fe de su cristiandad y su devoción por Bach y Messiaen, anhelando, ya al final de su texto, que todos lleguen a ser "un poquito mejores y más felices que ahora".